Cada vez más cerca
escrito por alf en simbiosis con un líquen

traducido por Roxana Landívar



Una fabulación especulativa que explora Diseño y Naturaleza. Un relato sobre devenir juntos para crear nuevas formas de conocer y hacer en tiempos de incertidumbre ecológica.


La duradera intimidad de un extraño

A principios de este año (2019), recolecté una serie de cosas en las pedregosas y ventosas playas de Dungeness, para traerlas a mi esterilizado lugar de trabajo en Goldmisths, Universidad de Londres. Una de ellas era una redonda y gruesa piedra, diligentemente esculpida por las fuerzas indiferentes del viento, la arena y el agua de mar. Nueve meses después, mientras preparaba esta publicación como soporte del proyecto final de mi maestría, me di cuenta de que dicha piedra ya no estaba allí sola.

Sabía que ese inesperado cohabitante de mi escritorio era un liquen, ya que había estado estudiando cómo los hongos son excelentes para convivir con organismos diferentes en disposiciones bastante extrañas. En los líquenes, los hongos proporcionan un tejido que sostiene a las cianobacterias o algas. Como respuesta, estas transforman la luz solar en energía química, permitiendo que ambos organismos prosperen juntos como uno solo, un organismo compuesto, una nueva especie. La estrecha relación de diversos organismos que viven juntos, como éste, dio origen a la palabra simbiosis (Tsing, 2012). La simbiosis no es una característica exclusiva de los líquenes, es omnipresente. Las anémonas crecen en la espalda de los cangrejos ermitaños, manteniéndose mutuamente seguras y alimentadas. El calamar hawaiano no podría brillar en la oscuridad para engañar a sus presas sin las bacterias bioluminiscentes con las que vive (Haraway, 2016). Las orquídeas no podrían obtener el carbono que necesitan si sus raíces no estuvieran asociadas al micelio de un hongo (Margulis, 1999). Ninguno de nosotros sería capaz de digerir un agradable y esponjoso helado sin nuestros simbiontes bacterianos.

Siendo demasiado optimista sobre mis escasos conocimientos de biología y porque quería asegurarme de que las condiciones del escritorio no fueran una amenaza para mi recién descubierta compañera de casi todo el posgrado, intenté averiguar el género de este liquen. Como era de esperarse, lo único que pude identificar, con una precisión abrumadora, fue mi incapacidad para entenderlo ¿Cuáles son sus necesidades? ¿Está muriendo o floreciendo? Todavía no estoy seguro de si este liquen tiene una forma crustásea (en forma de escamas) o foliosa (en forma de hojas). Me volví cada vez más consciente de la fragilidad de este pequeño ecosistema y de cuánto le afectaban mis acciones. También me di cuenta de que, aunque fuera intuitivamente, estaba intentando adaptarme a él. Hice más espacio para la piedra que actuaba como soporte para él y luego lo dispuse de tal manera que el liquen quedara expuesto a más luz. Ya no lo utilizo para evitar que los papeles salgan volando e incluso me preocupan los cambios de temperatura producidos por los radiadores intermitentes de la habitación.

Mi proximidad con este otro organismo me hace pensar en la Simbiogénesis. Hace más de cuatro décadas, la bióloga Lynn Margulis defendió implacablemente que: "la simbiosis de larga duración condujo a la evolución de células complejas con núcleo y de ahí a otros organismos como los hongos, las plantas y los animales" (Margulis, 1999, p.8). Esta visión radical de cómo la vida llegó a ser, implicaba que uno de los factores determinantes en la innovación de la evolución fue la "intimidad duradera de los extraños" u organismos disímiles que se unen en simbiosis (Haraway, 2016, p.60). Esto contrastaba con uno de los principios centrales en el pensamiento evolutivo de la época, que era la idea de que la  variación genética, es decir, la aparición de nuevos rasgos entre miembros de una misma especie ocurría mayormente por azar (Margulis, 1999; Guerrero, Margulis y Berlanga, 2013). La simbiogénesis implica que las asociaciones más aptas podrían prosperar, convirtiéndose eventualmente en una nueva especie, esto contrasta con aquella noción individualista y de mercado de que los individuos (dentro de la misma especie) con los rasgos más adecuados para la supervivencia prosperarán. El origen simbiótico del liquen, el mío y el de todos nosotros, eucariotas formadas por células complejas, ya no es una idea radical. Fue confirmado por estudios genéticos a lo largo de los años 70s y 80s, incluso se ha incorporado en  textos de escuela secundaria (Margulis, 1999). Sin embargo, Lynn Margulis destacó que todo el espectro del pensamiento simbiogénico se encuentra aún sin explorar.


En esta fabulación especulativa, serie de reflexiones matizadas, seguiré hablando de cómo el liquen y yo nos estamos acercando, quizá no físicamente pero sí en emoción, pensamiento y en la práctica de diseño, además de referirme a la urgencia de buscar nuevas asociaciones entre diseño y naturaleza que descentren lo humano. Por último, quiero traer dos expediciones recientes en torno a los residuos, centradas en los medios de vida, amistades/alianzas y conocimientos que fueron engendrados por mutaciones simbiogénicas de la práctica del diseño que se desvían de las expectativas especulativas o de mercado y que están más interesadas en generar parentescos y acercarse cada vez más a los extraños.

Orígenes comunes

Durante la mayor parte de nuestra asociación no reconocida, la piedra que contenía el liquen fue colocada en un recipiente de plástico transparente donde guardo mis bolígrafos para que sirvan de contrapeso. El hecho de que se las haya arreglado para crecer en  condiciones tan inertes, manteniendo su precioso y vivo verde pálido me sorprende. Tal vez porque las condiciones de mi escritorio no son, en cierto sentido, tan diferentes de las de la tierra firme antes de que fuera colonizada por la vida en la era Paleozoica; ambas se caracterizan por su sequedad y escasez de nutrientes. Para especular sobre el origen simbiótico de la vida en la tierra seca, Lynn Margulis (1999) señala los líquenes de la Tierra Victoria en la Antártida. Estas criaturas florecen bajo capas de roca, hielo y cuarzo translúcido, habitando arenisca hostil, eventualmente descomponiendola en suelo. Además de sus ventajas simbióticas, son capaces de crecer en estas duras condiciones porque la luz del sol puede atravesar estos materiales. Margulis sugiere que hay una fuerte evidencia de que "los habitantes de la tierra pueden deber su dominio en la tierra seca a simbiosis específicas entre plantas y hongos". (p.134). En cierto modo, esto también explica cómo sobrevivió mi liquen; la luz brilla a través del plástico y eso es todo lo que necesita.

Se siente muy descabellado (y probablemente lo sea) conectar el origen de la vida terrestre con este humilde encuentro mío. Me parece que hemos creado un lugar, al menos en nuestras mentes, que es tan poco acogedor para la naturaleza como el regolito seco de la era Paleozoica temprana. Mantenemos nuestros espacios tan esterilizados como sea posible, mantenemos la biodiversidad doméstica al mínimo, nos enorgullecemos de las sustancias que matan el 99,9% de las bacterias (aunque no podamos vivir sin ellas), los insectos han provocado aullidos tan fuertes como los producidos por las más aterradoras obras de ficción, me pica la cabeza cada vez que alguien pronuncia la palabra "piojos". Una noción de la naturaleza como algo separado de nosotros, algo que hay que domar, algo que hay que mantener a una distancia segura a menos que se vaya a explotar como un recurso (Tham, 2019). No estoy diciendo que yo sea una excepción, soy tan parecido que tuvo que ser un complejo de hongo-planta lo que empezó a hacer este lugar en mi cabeza un poco más habitable para otras criaturas. Todavía

estoy muy lejos de la biodiversidad de pensamiento o de concebir más que mundos humanos (Puig de la Bellacasa, 2017), o la narración multiespecie para la supervivencia terrestre (Haraway, 2016) pero quiero y creo que es importante hacerlo. Después de todo, "la dura roca de este planeta giratorio se ha ido desmoronando durante cientos de millones de años en un rico y nutritivo suelo como resultado de las asociaciones entre hongos y algas" (Margulis, 1999, p.137).

En algún momento, millones de años, después de que la tierra seca fue colonizada por plantas y hongos, nosotros (la especie humana) llegamos y nos apoderamos de ella. "La característica que define a la especie humana es nuestra capacidad cada vez mayor de manipular la materia y la energía en el planeta Tierra y más allá". (Novitskova, 2018, p. 171). Parece que ese poco acogedor lugar en nuestras mentes se las arregló para encontrar su camino en el mundo que todos, humanos y otros no-humanos, compartimos. Bell (2018) señala que "el "mundo natural" en el que nos encontramos es un paisaje destrozado de fragmentos diseminados, montones de escombros, y restos de materiales hechos por el hombre" (p.303). No es poco común leer sobre cómo la actividad humana ha tenido tal impacto en el planeta, que se ha convertido en uno de los principales factores que producen cambios en sus sistemas (Fletcher, et al., 2019). Algunos sostienen que nosotros mismos nos estamos conduciendo hacia la sexta extinción de especies (Haraway, 2016; Puig de la Bellacasa, 2017). Porque estos cambios provienen de lo que los humanos hacemos, algunos han optado por llamar a nuestros tiempos el Antropoceno (Steffen, Crutzen, McNeill, 2007). Debido al crecimiento sin precedentes de la industria y la producción, que ha llevado al deterioro de nuestra atmósfera, los más críticos lo etiquetan como el Capitaloceno (Fletcher, et al, 2019). Naomi Klein insta que "Nuestra economía está en guerra con las muchas formas de vida en la tierra, incluida la vida humana" (2014, p.21). Yo simplemente lo llamo triste. Es frustrante darse cuenta de que me llevó 25 años, un montón de títulos de Diseño y compartir escritorio con un liquen para ver que soy también cómplice y responsable de este desastre: la desaparición de aquellos que nunca conocí y aquellos que nunca llegaron a ser.


En su informe bienal, el Living Planet Report, el Fondo Mundial para la Naturaleza (2018, p.10) informa:

El Índice Planeta Vivo muestra una disminución general, entre 1970 y 2014, del 60% en los tamaños de las poblaciones de especies.

Las disminuciones en las poblaciones de especies son particularmente pronunciadas en los trópicos; América del Sur y Centroamérica tuvieron una pérdida del 89 % en comparación con 1970.

El Índice de Agua Dulce tuvo una disminución del 83% en comparación con 1970.


Reencuentros

"La naturaleza no está muerta, sólo está despertando de un largo sueño en nuestras mentes" Mathilda Tham (2019, p.141)

Reconocer mi relación simbiótica con este liquen se siente como una reunión incómoda con alguien que se supone que conoces muy bien, pero en realidad no. Quizá como ese amigo de tus padres que conociste de niño y que después te encuentras de adulto. Es un sentimiento de disociación o desapego que hace que nos preguntemos si, tal vez, se suponía que debíamos ser reintroducidos en algún momento. O tal vez sea más importante preguntar por qué no ocurrió eso. Podría nombrar las plantas y hongos comestibles que veo en el supermercado, quizá también algunas que prestan el servicio de hacer que los lugares se vean más bonitos, pero eso es todo.

Las historias, exploraciones y experimentos que se describirán en las próximas secciones son sobre reencuentros, porque conceptos como la simbiosis no son nuevos, nos preceden. Considero que es importante explorar cómo se produjo esa disociación. Hace diez mil años la gente comenzó a cultivar el trigo y la cebada, dando origen a la agricultura. También fue el comienzo de las civilizaciones y estados como los conocemos. A través de  estrategias de sistematización e institucionalización, esta innovación (al igual que muchas innovaciones de servicios contemporáneos) definió roles en esas nuevas sociedades y esculpió algunos de los mayores rasgos de nuestra nueva relación con la naturaleza. La naturaleza se convirtió en una entidad pasiva, algo para ser trabajado y forzado a producir a nuestra conveniencia. También se convirtió en algo que había que estandarizar; sólo unas pocas especies seleccionadas debían ser cultivadas en todas partes (Tsing, 2012). Algunas especies se volvieron más importantes y otras se olvidaron, siempre en relación con su utilidad para nosotros.

En su cronología crítica de las ideas y prácticas del diseño y la naturaleza en el Occidente moderno, Louise St. Pierre (2019) destaca que:

La Revolución Científica, la Ilustración y la elevación del pensamiento científico y racional se combinaron para disminuir la capacidad de la sociedad para ver el misterio y el encanto en el mundo natural. Los occidentales ya no se veían a sí mismos dentro de un cosmos ilimitado e incontrolable, un mundo que era más grande que los humanos, un mundo mágico de valor intrínseco (p.94)

El diseño surgió bajo esos paradigmas por lo que es lógico que lo que el diseño engendró esté estrechamente relacionado con la tecnología, la innovación, el capital y el dominio de la naturaleza. Todos los dispositivos que utilizamos para involucrarnos con el mundo y con los demás, el entorno construido, son Diseño. Los diseños están pensados para satisfacer nuestras necesidades y, al hacerlo, esos dispositivos nos enseñan como ser. Boelen, Botha y Sacchetti (2018) explican que:

Todo es escuela, y cada una de las interacciones que tenemos con un diseño es pedagógica. La máquina nos ha estado enseñando a comportarnos como ordenadores desde la calculadora, nuestros objetos han moldeado nuestros rituales desde que hicimos la primera herramienta primordial, nuestros maestros y pensadores han cuantificado y clasificado cada elemento de la existencia desde la primera moneda (p.46).

Como resultado, los mundos que hemos creado y habitado también están alineados con el progreso, la industria, el capitalismo y la modernidad (Fletcheret al, 2019, p.10) y mantienen los mismos paradigmas de la naturaleza que se establecieron desde el nacimiento de la agricultura. Esto también hace increíblemente difícil concebir el diseño fuera de esas formas de pensar.

En el contexto de la 4ª Bienal de Diseño de Estambul, A School of Schools, Boelen, Botha & Sacchetti (2018) instan a que "se necesitan nuevas propuestas para organizar la sociedad, para estructurar nuestros gobiernos, cómo vivir con el planeta y no contra él, cómo separar la realidad de la ficción, cómo relacionarnos con los demás, y francamente, cómo sobrevivir simplemente". Muchos enfoques contemporáneos de prácticas de diseño más sostenibles, especialmente los que se alinean con cumbres, acuerdos internacionales, impuestos verdes, y más, siguen viendo la naturaleza como un sistema maquinal y no cuestionan la forma en que nos relacionamos actualmente. Por ejemplo, "Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015) promueven estrategias para cuidar de los ecosistemas con respeto, pero siguen situando a la naturaleza como algo administrado por humanos que están en la cima de la jerarquía" (St. Pierre, 2019 p.98). Es una continuación de la misma postura obstinada de domar a la naturaleza reforestando según la conveniencia geopolítica, y coaccionando la reproducción y la fertilidad a través de la agricultura y la bioingeniería, mientras venden sueños de imposibles infraestructuras de reciclaje. Todo rodeado de historias cegadoras de excepcionalidad humana y charlas acerca de compartimentar el impacto humano en lugar de la interdependencia de las especies (Tsing, 2012).


"La naturaleza permanece concebida como pasiva, controlada, muda e impotente". (St. Pierre, 2019 p.98)


Y entonces, me encuentro sosteniendo este infinito cosmos en mi mano sin saber qué hacer. Me esfuerzo por encontrar un patrón que pueda copiar o reproducir, para encontrar una historia que pueda escribirse o un diseño especulativo que formular. Quizás alguna instalación sonora a ser ensamblada con algún tipo de composición impulsada por el código, todas esas cosas que me han enseñado. No puedo. Lentamente me doy cuenta de que ya es suficientemente radical no instrumentalizar este liquen y ser humillado ante la idea de que esto siquiera exista. Hay un universo que he descuidado sistemáticamente y quizás todos lo hemos hecho desde el nacimiento de la agricultura. Por supuesto, es difícil pensar en la pluralidad cuando todo lo que conocemos son unas pocas especies mercantilizadas. Puedo sentir mi popia educación de diseño del Hemisterio norte como la tierra desecada y sin vida de la era Paleozoica, descomponiéndose y convirtiéndose en tierra fértil. Ahora es capaz de ser penetrada por las raíces de otros: de enredarse emocional, filosófica y funcionalmente al mundo natural.

Pensar en términos de Simbiogénesis no es una propuesta de solución a las alarmantes consecuencias del impacto humano. Para que algo esté "resuelto" necesita ser finito, y no puede ser finito algo que nunca deja de cambiar. Hay que generar parentescos y convertirnos juntos en los pioneros en habitar el lugar de nuestras mentes colectivas que está vacío de vida; para crear modos combinados de innovación para los tiempos venideros, una y otra vez, y otra vez, y otra vez.

“Importa qué pensamientos piensan pensamientos. Importa qué conocimientos conocen conocimientos. Importa qué relaciones relacionan relaciones. Importa qué mundos mundializan mundos. Importa qué historias cuentan historias”

Donna Haraway, Seguir con el problema (2016, p.10)


Generar parentesco

Nos hemos encontrado y nos hemos emparentado: El liquen está conmigo; yo estoy con el liquen y estamos "cultivando responsabilidad entre nosotros" (Haraway, 2018, p.103). Cuando digo que esta historia es contada por mí en simbiosis con un liquen no es un recurso retórico, es un método de pensamiento generativo que abre un sinfín de posibilidades y de nuevos mundos aún por ser (Haraway, 2016).

Generar parentescos es un acto de rebeldía porque responde a los paradigmas antropocéntricos dominantes (o más bien a las paradojas) de perpetua e infinita producción, crecimiento y consumo en un mundo finito con nuevas formas de pensar y conocer, nuevas asociaciones de diseño y naturaleza (Fletcher et al., 2019) nuevos sistemas de apoyo (Condorelli, Wade y Langdon, 2009) y amistades (Condorelli, 2014). Las relaciones de parentesco vienen en diferentes formatos, pero son intrínsecamente interdependientes, su diversidad también contrasta con la bioescasez promovida por el pensamiento agrícola.

Céline Condorelli (2014) define la amistad como "un compromiso, una decisión, y comprende el posicionamiento implícito que toda actividad cultural requiere", que en muchos sentidos significa hacerse amigo de los problemas, de las personas, del contexto. Es una relación esencialmente política, de lealtad y responsabilidad, así como una forma de solidaridad.

En Support Structures (2009), Céline Condorelli et al., explican que, además de revelar relaciones ocultas, "poner en primer plano el apoyo también propone entender la producción a través de formas de mediación e interfaz hacia el making of place, que no produce objetos sino relaciones con el contexto".


Crear parentescos se vuelve una estructura de apoyo; un estado de lealtad y solidaridad que genera nuevas formas de conocimiento. Hay un sinfín de reconfiguraciones del mundo más favorables y reconfortantes que son posibles, pero que aún no podemos ver (Wood, 2013).

Los paradigmas económicos dominantes y el excepcionalismo humano limitan nuestro pensamiento (Tsing, 2012). Es muy poco probable que las mentalidades que provocaron un declive tan masivo de la población de especies y de la biodiversidad, nos conduzcan a futuros más vitales.

Estos conocimientos provienen de hacer cosas con las cosas del mundo, investigando cómo se construye el mundo y cómo se podría construir de otra manera. Estas reconfiguraciones y enredos multiespecie no son fáciles. Para ilustrar algunas de las implicaciones de hacerlo, me gustaría compartir mi primer intento de “evitar las prácticas de fabricación establecidas/legitimadas, adoptando los hongos como compañeros de fabricación" (Ramírez-Raymond, 2019).


Mycological Making

Mycological Making fue una experiencia de creación y aprendizaje que tuvo lugar en el mercado de chatarra de Deptford, en el sureste de Londres. Consistía en una serie de sesiones de creación y reflexión donde los participantes desmontaban y reconfiguraban aparatos electrónicos obsoletos como especies concretas de hongos. El resultado fue el género Deptfordmarkeae de objetos micológicos, compuesto por tres especies: Lion's Mane Howler, Elektromag- nellus Phoneger y Ringsulla Hermetica.

Esto permitió una inesperada colaboración de vendedores, buscadores de electrodomésticos obsoletos y visitantes, todos ellos inspirándose en especies de hongos ajenas a las que se encuentran en el supermercado. Fue un compromiso con algo sobrehumano que no tiene "utilidad" para los humanos, aunque sea mayormente abstracto.

Mycological Making tuvo éxito en tanto difuminó los límites de distintas disciplinas: biología, ingeniería eléctrica y diseño. Los difuminó porque fueron observados a través de diferentes lentes. También dio lugar a aquello que es descartado de las prácticas legitimadas de la ciencia y el diseño. Un Elektromagnellus Phoneger, si bien está muy lejos de ser funcional (en términos humanos) o de ser una alternativa económicamente viable para reciclar/fabricar infraestructuras, es una prueba viviente de que nuevas reconfiguraciones son posibles.


El objetivo no es proponer prácticas sostenibles que sean implementadas lo más pronto posible. Esto es demasiado embrionario para eso y es demasiado tarde para arreglar lo que ya hemos hecho. Se trata de desarrollar prácticas para pensar de manera diferente. Para empezar, podemos buscar lo que es posible pero que aún no podemos concebir.


Comienzos revoltosos, torpes y desordenados


"Cambiar el diseño requiere un compromiso activo y humilde con el mundo natural. Imaginamos una forma de cuestionamiento exploratorio que no presume de poder y no busca ninguna respuesta, busca solo relaciones" (Fletcher, et al. 2019, p.10).

Se necesitará tiempo -mucho tiempo- así como muchas pruebas para que este liquen y yo nos convirtamos en un todo, en una nueva especie o, al menos, para descubrir si esta simbiosis se mantiene. Por ahora, sólo somos un gran lío;  una mancha rebelde y amorfa de genomas y posibilidades sueltas. Suena un poco asqueroso ¡pero así es como debe ser! Es el proceso de adaptarse unos a otros lo que permite a las criaturas diseñar, abrazar alegrías inesperadas y generar parentescos improbables. La mayor ventaja de esta estrecha asociación es el desviarse del antropocentrismo generalizado que limita nuestro pensamiento para proponer planetas imprevisibles, especies inimaginables y actos de compartir radicalmente con todos los que estamos unidos a la Tierra.

Generar parentescos para juntarnos: una reconfiguración de una práctica espacial participativa a través de técnicas y modos de investigación que afirman la vida.



Una invitación

Esta práctica, al igual que este libro, apenas está empezando. Permítete un catalítico par de tijeras y pegamento y acércate cada vez más en entornos de investigación no convencionales e iniciativas lúdico-constructivas: contar historias, alegrías, encontrar prácticas alternativas, máquinas de performance, con una pizca – en realidad, mucho - de lo inesperado. Juntos podríamos, finalmente, sobrevivir.